Sí pero no, o no pero sí

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En 1957, el psicólogo social estadounidense Leon Festinger (1919-1989) presentó la Teoría de la Disonancia Cognitiva, con la cual cuestionó fuertemente a la corriente conductista imperante en su país, basada en la creencia de que la conducta humana se reduce a un mecanismo automático de estímulo y respuesta sin considerar las tensiones y contradicciones que se plantean en el interior de los individuos. Festinger rebatió esta idea y comprobó comportamientos que dieron pie a su teoría, una de las más relevantes de la psicología social hasta hoy. “Las personas nos sentimos incómodas cuando mantenemos simultáneamente creencias contradictorias o cuando nuestras creencias no están en armonía con lo que hacemos”, sostuvo. Al verse a sí mismas actuando de una manera diferente a lo que piensan o dicen pensar y a lo que creen o dicen creer, las personas viven situaciones embarazosas que muchas veces las avergüenzan, e intentan paliarlo creando un relato justificativo. Pueden incluso presentar argumentos imaginarios e improbables para explicar su conducta y sus palabras.

Otra teoría destacada de Festinger es la de la Comparación Social, según la cual las personas cambian, ajustan o confirman sus ideas acerca de sí mismas de acuerdo con lo que observan en el entorno social en el que se mueven o en consonancia con lo que marcan las modas, las corrientes imperantes o los mandatos impuestos. Las teorías de Festinger, fruto de su experiencia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y en la Universidad de Minnesota, se verifican en el plano de la conducta individual y también en el de la colectiva. Y podrían aplicarse a los comportamientos de vastos sectores de la sociedad argentina en tiempos pre y poselectorales.

Por ejemplo, salvo en el caso de la inflación, el gobierno de Javier Milei no cumplió con ninguna de las promesas de su vociferante líder. El peso, lejos de ser simple “excremento”, se fortaleció, el dólar no baja a los niveles anunciados, sino que tiende a subir, el riesgo país continúa alto en el cielo de la economía. La casta no sufrió un mínimo rasguño, y además de alimentar al gabinete gobernante con varios de sus miembros (por ejemplo los ministros de Economía, Interior y Seguridad o el secretario de Deportes y Turismo) se florea en las listas de candidatos electorales y contagió sus mañas (siempre oscuras y sospechosas) al comportamiento general del oficialismo. Las amenazas a la prensa no obsecuente se mantienen como en tiempos del kirchnerismo, al igual que las veleidades autoritarias, la manipulación de datos y la aversión a los mecanismos republicanos, más allá de cumplirlos a regañadientes. Se prometen fuentes de trabajo, pero la realidad es que cada día muchas se cierran (la sucesión de espacios laborales que caducan se puede consultar a diario en los medios, que no lo inventan, sino que lo informan, y quienes pierden sus trabajos y sus ingresos lo saben y lo sufren).

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Estos datos de la realidad no impiden que en las encuestas el partido gobernante aparezca como favorito en los próximos comicios legislativos, que la imagen presidencial siga alta (aunque en descenso), o que la confianza en el Gobierno fluctúe sin derrumbarse. Pese a eso, un llamativo porcentaje de la población (que no incluye a los conocidos de siempre que sacan ventaja de cualquier gobierno), constituido por los votantes de Milei más algunos que no son creyentes libertarios pero lo votaron, mantiene su fe. Como ocurría con el kirchnerismo cuando este sembraba miseria y corrupción de modo obsceno, la disonancia cognitiva impulsa a proveerse de relatos imaginarios para justificarse y no verse desnudo ante la evidencia. Fue así con los Kirchner, es así ahora. La disonancia no toma partido. Funciona.

*Escritor y periodista.

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