Jerry Springer: Peleas, cámara, ¡acción! (Jerry Springer: Fights, Camera, Action, Estados Unidos/2025). Dirección: Luke Sewell. Duración: dos capítulos de 50 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
“Cuídense a ustedes mismos y a los demás”. Con esa recomendación terminaba Jerry Springer cada episodio del programa con el que revolucionó a la televisión de los Estados Unidos a partir de la década del 90. Era una demostración cabal del desprejuicio de un personaje que fue exitoso en un ambiente donde lo único que importa de verdad es el éxito.
The Jerry Springer Show consiguió algo que parecía imposible: desbancar a la gran deidad de la industria televisiva norteamericana, Oprah Winfrey» data-mrf-recirculation=»n_link_parrafo»>Oprah Winfrey, dueña de una audiencia de 12 millones de personas gracias a un programa de entrevistas cargado de testimonios lacrimógenos y conflictos de baja intensidad que sigue siendo, en su categoría, el más visto de la historia de la TV de su país.
Springer empezó su aventura televisiva sin demasiadas expectativas, con un show basado en reencuentros familiares e historias de superación personal. No pasó mucho tiempo hasta que los directivos de la cadena NBC lo amenazaron con cancelarlo si no conseguía mejorar un rating que hasta entonces era muy discreto. Decidido a triunfar como sea, Springer le vendió el alma al Diablo. Logró hacer el programa más escandaloso de la historia de la televisión estadounidense (lo que es mucho decir), el que la famosa revista semanal TV Guide ubicó en el puesto número 1 de una lista de los peores de la historia de la televisión.
El gestor principal del cambio de rumbo que convirtió a Springer en una estrella (trash, pero estrella al fin) fue Richard Dominick, un hombre orquesta de la televisión de Estados Unidos. Guionista de Jay Leno, productor de un programa de noticias infantil (Not Just News), cronista estrella de medios como Penthouse (clásico del soft porno gráfico) y las revistas humorísticas National Lampoon y Cracked, Dominick -que tiene hoy 72 años- ha demostrado a lo largo de su extensa carrera tener tanto talento como falta de escrúpulos. David Letterman lo invitó muchas veces a su popular Late Night para que hablara de la repercusión de algunos de sus artículos más comentados: “Soy la esclava sexual del Yeti y voy a tener un hijo con él” y “Tostadora poseída por Satanás”, por citar dos de los más recordados.
Tan astuto como amoral, Dominick tuvo siempre una intuición especial para detectar el interés del gran público, de eso no hay dudas. La primera decisión que tomó fue que la gente de la tribuna que era parte esencial de la puesta en escena de The Jerry Springer Show ovacionara al conductor cada vez que ingresara al estudio en el inicio del programa. Una manera de calentar un ambiente que, desde ese momento, normalmente iba rumbo a terminar muy caldeado. Springer no era todavía una estrella, pero era recibido en cada edición del programa como si lo fuera. Una idea simple y efectiva.
La otra estrategia que Dominick impuso muy rápido entre sus colaboradores fue convencerlos de buscar y crear historias (al fin y al cabo, de eso se trataba todo) que pudieran ser atractivas aún si fueran seguidas en un televisor sin volumen. Traducido: una imagen poderosa vale más que mil palabras.
La consecuencia de esa premisa de hierro fue la explosión de una cadena interminable de peleas ridículas como la que protagonizaron en la televisión argentina Mauro Viale y Alberto Samid -pero mucho más violentas, eso sí- y de una sucesión de desnudos injustificados, dos tipos de “contenidos” que levantaron el rating del programa y el ánimo de Dominick, cuyo lema profesional más célebre es “Si pudiera matar a alguien en televisión, lo ejecutaría en vivo”, como él se encarga de ratificar en una de las dos partes del documental Jerry Springer: Peleas, cámara, ¡acción!, que en la Argentina se puede ver en Netflix.
Al margen de los enfrentamientos entre invitados alterados (generalmente personas de clase popular presionadas psicológicamente para entrar en estado de indignación), el show empezó a incluir historias muy estrafalarias como la del romance entre un hombre y una pony vestida con ropa interior femenina, un relato que tendría su cover en la TV argentina con el gaucho enamorado de una oveja que apareció alguna vez en el inolvidable Yo me quiero casar de Roberto Galán.
El nivel de virulencia y chabacanería del show de Springer aumentó tanto como para generar un gran revuelo mediático: había nacido un programa de TV que podía ser tema de muchos otros programas de TV y también de la prensa gráfica. Un programa del que hablaban todos. El sueño húmedo de Dominick y del propio Springer.
La excusa para extralimitarse fue la de siempre: “Si la gente lo elige…”. Y el éxito no impulsó precisamente la moderación: apareció una transexual que se había cortado las piernas con una sierra, una mujer que aseguraba haberse acostado con 251 hombres en 10 horas, un hombre que anunciaba haberse cortado el pene y hasta hubo un obsceno enfrentamiento, presentado como “guerra de clanes”, entre integrantes de dos organizaciones de extrema derecha con diferentes objetivos, el Ku Klux Klan y la Liga de Defensa Judía. Aún siendo hijo de dos sobrevivientes del Holocausto que escaparon a Estados Unidos, Springer no tuvo reparos en banalizar el tema.
Como tampoco le había importado poner en riesgo su carrera política en el Partido Demócrata (llegó a ser alcalde de Cincinnati) frecuentando prostíbulos hasta ser descubierto por cometer la insólita torpeza de pagar con cheques a su nombre. Más que un descuido, el incidente reveló el grado de impunidad con el que se manejaba Springer usualmente.
Lo que hizo esa vez, redoblando la apuesta, como era su costumbre, fue admitir sus aventuras sexuales. Asumir la culpa. Y logró salir ileso: no tuvo que dejar la política y logró que su esposa y su hija (una chica ciega y sorda que lo defendió públicamente cada vez que hizo falta) se mantuvieran a su lado. Incluso se llegó a filtrar un video en el que Springer aparecía teniendo sexo con una stripper y su madrastra -dos mujeres que habían estado en uno de sus escandalosos programas-, pero el oprobio que desató, lejos de perjudicarlo, consolidó su fama. Con sus patéticos episodios, que abarcaban desde el adulterio hasta la zoofilia, The Jerry Springer Show allanó el camino para la frivolización de la política que la ha transformado en parte de lo que es hoy, un espectáculo sensacionalista.
En este punto específico, el estreno de un documental sobre un personaje de estas características tiene especial resonancia. Muchos de los actuales líderes de opinión y de la política cimentan su apoyo en la extravagancia y una convicción firme de que para triunfar en una era donde la superficialidad parece haberse asegurado el rango de valor, mejor correr para adelante, multiplicar la distorsión y dejar atrás cualquier represión o límite relacionado con la ética.
Springer fue un modelo de ese estilo de vida. Hasta que la desgracia con la que había coqueteado tantas veces finalmente llegó para cambiar definitivamente el escenario. Nancy Campbell-Panitz había llegado al programa para recuperar a su exmarido Ralph, pero con Springer como perverso maestro de ceremonias descubrió en vivo que él se había casado hace unos días con otra mujer llamada Ellen. Nadie de la producción la había preparado, ni siquiera se lo habían insinuado. Y eso era completamente adrede. La ambición por el rating no se ajustaba ni al más mínimo decoro.
Nancy se fue ese día amargada, pero eligió no prestarse al show habitual: un match de lucha libre entre dos oponentes estimulados para entregarse irreflexivamente a la riña. La amenazaron con no pagarle el billete de regreso a su casa (ella vivía lejos de Chicago, donde se grababa el programa) y ante la persistencia en la negativa invirtieron la estrategia y le ofrecieron traslados en limusina, alojamiento en hoteles cinco estrellas y una vida temporariamente lujosa con tal de convencerla de prestarse al escarnio.
No pudieron persuadirla. Nancy no quiso volver al programa, pero su ex marido vio aquel en el que ella contó su verdad, se emborrachó, salió enajenado a buscarla con el objetivo de asesinarla y cumplió con su cometido. Ella ya lo había denunciado por violencia doméstica, por lo cual exponerla a dar testimonio en un programa de televisión de gran audiencia era evidentemente muy riesgoso. Es probable que los productores del programa de Springer lo supieran. Y si no lo supieron, la investigación que necesariamente tuvieron que hacer para elegir la historia que iban a contar -de la forma más mugrienta posible, como era norma para ellos- no fue lo suficientemente profunda.
“A Jerry Springer y sus productores les pregunto: ¿importa más la audiencia que la dignidad humana?”, dijo en una de las audiencias la jueza que tuvo a su cargo el caso que se abrió después del crimen de Nancy. Era una pregunta retórica. La respuesta era más que obvia.
Springer y su equipo decidieron alejarse del problema trasladándose a Jamaica para grabar un programa en un resort de intercambio de parejas. Y después siguieron al aire muchos años más, hasta que en 2018 la NBC decidió levantar el ciclo.
En el documental, muchos de los ex miembros de la producción del programa de Springer cuentan cómo cayeron en distintas adicciones por el estrés provocado por un programa en el que la presión por generar audiencia era extrema. Pero todos evaden responsabilidades directas de una manera muy notoria, a pesar de que el material de archivo de esta película los incrimina (más de una vez se los ve incentivando claramente a los participantes de los escándalos a entrar en conflicto con sus adversarios). La naturalización sobre todo eso que “había que hacer” como parte del trabajo es muy común en un ambiente donde el éxito, de nuevo, es lo único que importa.
Claro que el mundo hubiera llegado de todos modos hasta dónde se encuentra hoy. Pero el show televisivo de Jerry Springer anticipó muchas de las marcas de esta época en el mundo de la política y la discusión social. Esas que son insumo permanente en redes sociales: la violencia, el interés personal antes que cualquier otra cosa, la firmeza para defender falsedades aún con plena consciencia de la estafa, el apego al exotismo… Y especialmente el cinismo: “No quiero vivir en un país que vea mi programa”, declaró alguna vez Springer, sabiendo que no habría demasiadas consecuencias por eso que estaba diciendo.
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