OPINIÓN
La responsabilidad del Estado.
Recientemente en una nota de prensa el ministro de economía Oddone manifestó que “el Uruguay nunca va a ser barato”. Justificó su postura afirmando que devaluar la moneda es inaceptable y que el tamaño poblacional hace costosos los servicios básicos.
Sin perjuicio de la visión derrotista de quien debería aspirar a otra cosa, debe decirse que no es cierto que por tener tres millones de habitantes debamos ser un país caro. Y tampoco es verdad que haya que bajar sueldos para mejorar la competitividad.
Si el argumento del ministro fuera cierto, ¿cómo se explica que países como Estonia, Islandia o Andorra —con menos población— sean más baratos y más competitivos?
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El verdadero problema es un Estado sobredimensionado y hiperintervencionista, no el tamaño geográfico. El “Estado de bienestar” uruguayo impone altos impuestos, deuda y distorsiones regulatorias que ahogan la actividad económica.
Por eso somos poco productivos, incluso comparados con países más chicos. La clave de la productividad está en la capitalización y el desarrollo del capital humano.
Como sostiene el profesor Benegas Lynch: “no es lo mismo arar con las manos que con un tractor”. Para eso se necesita libertad económica, ahorro e inversión. Pero en Uruguay, hablar de libertad económica parece una herejía.
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Las empresas públicas y los monopolios estatales son ineficientes y trasladan sus fallas al consumidor. Recordemos el caso ANCAP: un asalto a mano armada disfrazado de capitalización.
El ministro menciona salud, educación, justicia y seguridad, pero omite empresas públicas deficitarias, cargos innecesarios y programas clientelistas.
Más Estado es más gasto. Más gasto es más impuestos. Más impuestos castigan el ahorro. Esa es la cadena que nos condena al estancamiento.
Ese “Estado presente” impone costos invisibles pero reales: trámites lentos, regulaciones innecesarias, cargas laborales que afectan directamente al pequeño emprendedor.
Uruguay es caro, sí. Pero puede dejar de serlo. Para eso, hay que cambiar el paradigma, no solo los actores.
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Ningún gobernante se anima a tocar el gasto público. Porque el gasto es su negocio, su zona de confort, su botín.
Mientras tanto, los años pasan, los problemas siguen y las soluciones que se ofrecen son las mismas: más Estado, más fracasos.
Correr el foco del debate no es tarea para tibios. Exijamos cosas distintas, porque el tiempo no se detiene y tenemos una sola vida.
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