Juan Luppi, el nieto de Federico, protagoniza y dirige una comedia sobre el lado B de los actores y habla de su familia de artistas y su debut con Cris Morena

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No hay fotos del abuelo a la vista, ni de sus padres conocidos, ni árboles genealógicos estampados en la pared y, sin embargo, en esa casa en la que viven dos personas se respira un aire a familia más grande: cuando hicimos la nota con Juan Luppi, su esposa (Lucrecia) estaba a punto de ser mamá y con el bolso listo para salir corriendo a la clínica. Hasta el momento (la mañana de este miércoles) Pampa no nació: cuando lo haga se convertirá en la bisnieta de Federico Luppi, uno de los mejores actores que tuvo la Argentina.

Su nieto, de 35 años y ciertos rasgos físicos y posturales -principalmente cuando se mueve en el escenario- que remiten al abuelo, tiene nombre propio, pero convive con la identidad por parentesco: es el nieto de Federico, el hijo de Gustavo Luppi -ex galancito, director de TV y actual coprotagonista de El amateur, segunda vuelta junto a Mauricio Dayub– y de la artista plástica y actriz Marina Olmi, es sobrino de Boy Olmi y el gran Ulises Dumont fue su tío político (estaba casada con Marcela Luppi, hija de Federico).

En medio de esa marquesina familiar, su nombre busca luz propia. Pero no desde ahora. Ni sólo desde la Argentina. Debutó hace 27 años en el inolvidable Verano del 98 y, una vez radicado en España junto a su madre, transitó un sólido camino en cine y televisión, con la exitosa serie Los Serrano -que tuvo ocho temporadas al aire a lo largo de seis años- como carta más fuerte.

Ahora, ya instalado en su país desde hace más de una década, produce, dirige y protagoniza Mucha mierda -en El Tinglado, una comedia teatral de dos actores y cuatro personajes con la que se anima a transitar otro género que no le era tan afín -o eso creía él- y con la que muestra el lado B de los actores, pincela la atmósfera de bambalinas y traza un un interesante cruce generacional entre dos duplas de comediantes.

Juancito a upa del abuelo Federico en una foto del álbum familiar.

La pieza escrita por Ben Ashenden y Alex Owen, un éxito en Londres, está versionada por el propio Luppi, quien comparte escenario con Maximiliano Zago: interpretan a dos cómicos callejeros que son contratados por una sala para presentar a dos leyendas del humor, que hacía mucho no estaban frente al público.

En el cartel dice Juan Luppi, pero en el boca boca se habla de la obra del nieto Luppi. Las dos cosas son ciertas.

-¿Te reconocés en tu abuelo?

-A nivel artístico es claramente un referente, pero además es el viejo que yo conozco. Cuando pienso en un viejo (a la hora de abordar algunas historias) me viene la imagen de mi abuelo, de mi maestro actuación (Augusto Fernandes), de la gente grande que estuvo cerca mío. Y, sí, reconozco que hay una influencia artística: hoy en día miro películas suyas y por un lado parece que hay algo muy pasado de moda y, por el otro, lo miro con detenimiento y veo algo híper moderno y eterno en su manera de laburar.

-¿Vas a clásicos como «Tiempo de revancha» o «Un lugar en el mundo», por ejemplo?

Juan sobre su abuelo: «Me decían que era un gran actor, pero para mí, de chico, era un referente familiar». Foto Guillermo Rodríguez Adami

-Vi de todo, pero el otro día elegí especialmente Lugares comunes, de Adolfo Aristarain, y le veo una cosa muy sutil, muy fina y noto algo, raro en los actores, y que yo le admiro a él, que es muy preciso, muy de buen actor sin el divismo, sin la purpurina. En general, cuando encontrás algún muy buen actor probado en el tiempo desarrolla esa floritura que no me atrae tanto.

-¿Lo admirabas de chico?

-No, no tenía la capacidad para valorar su trabajo de manera singular. Me decían que era un gran actor, pero para mí, de chico, era un referente familiar, una gran figura. Teníamos buen vínculo, más que nada en los últimos años. Cuando yo era chico él vivía en España, después cuando yo vivía en España él vivía acá, y cuando coincidimos en Buenos Aires –Federico murió en 2017, a los 81 años– estuvimos cerca y el hecho de compartir profesión nos unió un poco más.

El legado de Federico

«A nivel familiar tenía muy cerca la actuación, los estudios y los teatros eran espacios conocidos para mí», evoca Juan en el living de su casa. Foto Guillermo Rodríguez Adami

-¿Fue un abuelo querido para vos?

-Sí.

-Cuando en su época de oro te decían ‘Sos el nieto de Luppi’, ¿chapeabas?

-No chapeaba, y me daba cierta vergüenza, pero por modestia. Nunca me gustó que me dijeran ‘El nieto de Luppi’, no por no valorarlo, sino porque sentía que me quitaba identidad o me arrobaba un merito que no es mío.

-¿Pero te abrió puertas?

-Nunca me pasó que alguien en posición de poder me hiciera un favor directo, tipo ‘Che, dale un papel o tomale un casting porque es el nieto de’. Pero también reconozco que el apellido me puede dar una ventaja de curiosidad: ‘Che, tengo al nieto de Luppi’ o ‘¿Viste la obra del nieto de Luppi?’. Hay como un atajo que no busco, pero está ahí.

Luppi repasa su debut en «Verano del 98″ y dice: » Sé que arranqué sin ninguna conciencia: no fue un deseo, fue casual. Y eso me hizo descubrir este oficio y me gustó mucho». Foto Guillermo Rodríguez Adami

Y hay algo del otro Luppi, también, en el modo de ser anfitrión para una entrevista, un estilo que ya casi está en extinción. No sólo ofrece para la charla la intimidad de su casa -un divino departamento cercano a la Plaza San Martín, en el último piso de un edificio que le permite gozar de la cúpula– , sino que espera con limonada casera y una poblada fuente de sánguches de miga.

Entre Buenos Aires y Madrid

Sentado en el living, mientras la gata va y viene, repasa una carrera de 27 años, repartida de un lado y otro del océano.

“Empecé a trabajar de actor de muy chico, a los 8 años, tengo un camino largo. Lo primero que hice fue en Verano del 98… y en todas las notas siempre me preguntan por mi abuelo. No es que me moleste, ni mucho menos, pero hay mucho laburo detrás de este presente”, asegura quien fue Sebita en ese hit televisivo de Cris Morena.

Cuenta que en esa tira que fue furor del prime time de Telefe a fines de los 90 “era un niño vagabundo que repartía estampitas y desarrollaba un vínculo con los personajes de Alejandro Botto y Agustina Lecouna, que me adoptaban. Era un chico de la calle, en ese pueblo inventado que se llamaba Costa Esperanza. Y había una mujeres malas que me querían mandar a un orfanato”.

-¿Cómo llegaste de la nada a jugar en Primera?

-Mi papá trabajaba en televisión, yo andaba por los estudios de tele. Él, entre otras muchas cosas, fue galancito de Rosa de lejos. A nivel familiar tenía muy cerca la actuación, los estudios y los teatros eran espacios conocidos para mí. Y mi comienzo fue como accidental: no me acuerdo si fue que Cris Morena dijo ‘Necesitamos un chico, ché ¿tu hijo no querrá actuar?’ (Gustavo era uno de los directores de esa ficción) o si hice un casting, sinceramente no lo recuerdo. Sí sé que arranqué sin ninguna conciencia: no fue un deseo, fue casual. Y eso me hizo descubrir este oficio y me gustó mucho.

-Y del universo de Cris Morena a la TV española.

-Es que cuando tenía 12 años, y ya estaba en Madrid con mi madre, su nueva pareja y mis hermanos, le pedí a ella que me llevara a hacer casting: ya tenía la experiencia de actuar y sabía que allí estaba lo que me gustaba. Ahí sí fue un deseo: y tuve como un golpe de suerte, porque hice un casting en el que me eligieron para una serie de televisión que tuvo mucho éxito, Los Serrano. Yo quería hacer algo y juntar guita, entré y por ese deseo hasta los 18 años pude laburar de actor. Terminé el cole y ya había empezado con un oficio, ganaba dinero.

Su personaje en la exitosa serie española «Los Serrano» se llamaba Matías Scobich, y lo apodaban «Valdano», por su acento argentino.

-¿Qué hiciste con los primero sueldos?

-Los ahorré y cuando era chico colaboraba también con la economía familiar, y ya de más grande me compré un campo en Córdoba.

Cuenta que estuvo en España hasta los 22 años, donde trabajó “en la serie La pecera de Eva, hice otra cosa para Disney Channel, un par de películas. Hice una carrera allá y luego vine a vivir a la Argentina y empecé de cero«.

-¿Por qué volviste?

-No fue un rumbo de vida, tenía ganas de volver. En España siempre me sentí extranjero y crecí con la fantasía de lo que era la Argentina, los actores argentinos, los maestros de actuación que había acá… En la obra recalcamos lo importante que es el tema de las generaciones. Como actor sentía que la meca estaba acá, en la calle Corrientes. Claro que también estaban mi viejo y otros afectos, y eso tiraba, pero más recuerdo la necesidad profesional.

Juan Luppi en una escena de «Argentinien», junto a Claudio Rissi, Alejandro Awada y Mimí Ardú.

En sus años madrileños, mientras trabajaba, se formó con Juan Carlos Corazza, Fernando Piernas y Eduardo Recabarren. “Me vine unos meses y pegué laburo en el Teatro Cervantes, en Argentinien, con (Alejandro) Awada, Claudio Rissi y Mimí Ardú, dirigida por el Indio Romero. Y después vino un camino largo y tortuoso con algunos éxitos y épocas de no trabajo.

-¿Cómo te arreglaste en esas “épocas de no trabajo”?

-Siempre viví de ser actor. Únicamente de eso. En muchos momentos he vivido con dos mangos, literal, comiendo arroz con aceite como menú principal. Nunca dudé de ser actor y tampoco tuve que mendigar.

El juego de espejos de la obra

Maximiliano Zago y Juan Luppi, los protagonistas de «Mucha mierda», que va los jueves en El Tinglado.

-Viniendo de una familia de actores, ya sabías de los vaivenes, ¿no?

-Mi papá me preparó psicológicamente para los momentos duros. Siempre me dejó muy en claro cómo es el costado no glamoroso del actor, costado grande y que no siempre se ve. Y de esto también trata Mucha mierda: la obra tiene un diseño de dobles, de espejos. Los actores hacemos dobles personajes, los jóvenes y los viejos, son dos generaciones, pero también son dos caras del actor, la cara ambiciosa y la pasional. Como decía Stanislavski: ‘Yo en el teatro o el teatro dentro de mí’. Y en esta puesta están a la vista el escenario y la bambalina. El glamour y la decadencia. Y todo eso está en mi cabeza.

-¿Vos te reconocés en algún pedacito de cada uno de los cuatro personajes?

-Absolutamente en todos. El joven y el grande que compongo también soy yo. Los dos jóvenes son un espejo el uno del otro, pero los grandes y los jóvenes que están intercambiados también son un espejo.

Juan y Maximiliano, con las ropas de los personajes grandes, los que vuelven a escena después de 40 años. Sin los sacos ni los sombreros serán los jóvenes.

-¿Y vos cómo sos?

-Soy un joven actor con ambición y ganas de salir en las revistas, tener una marquesina, tener éxito y ganar plata, y también soy un romántico, que no por edad pero sí por lo que absorbí, evoco un pasado que fue mejor. Y en relación a la obra, me parece patético y muy tierno lo que les pasa a los personajes grandes que ya sienten estar fuera de todo, pero siguen.

-¿Esta obra es un quiebre para vos?

-Es híper importante para mí. Si es un quiebre o no me voy a dar cuenta más adelante. Es una puesta absolutamente exponencial, porque estoy dirigiendo algo que actúo y sacando fuerzas de un material que me toca mucho. Estoy haciendo todo este esfuerzo, invirtiendo toda esta plata, dirigiendo, actuando y produciendo con pasión porque es un texto en el que me reconozco. Hoy en día está de moda hacer biopics o biodrama, todo el mundo hace la historia de su vida, tipo ‘Mirá qué loco lo que me pasó, mirá cuanto sufrí, mirame’. Y esta obra habla un poco de mí, pero no es biopic. Es una ficción escrita con una historia interesante y divertida y siento que soy yo.

El hombre que está en el retrato confiesa en su casa que con esta obra se anima «a hacer el ridículo, a la payasada, a cantar sin ser cantante. Vengo de otro palo».

-¿Tus papás fueron a verte al teatro? ¿Te redescubrieron en alguno de esos cuatro cómicos?

-Mi papá no pudo porque los jueves tiene función de El amateur. Mi vieja sí fue. Y ella me conoce tanto que ve algo más allá.

-¿Qué ve?

-No ve lo anecdótico de la obra («lo que le pasa a un actor y el viaje del héroe, que al final se da cuenta de que lo que estaban buscando lo tienen adentro, entonces eran mas felices pasando la gorra en Villa Gesell»). Lo que mi vieja ve, que no está en la obra, es lo que significa esto para mí, que es animarme.

-¿Animarte a qué?

-A sacar un proyecto como cabeza de equipo y animarme a hacer el ridículo, a la payasada, a cantar sin ser cantante. Vengo de otro palo, con una formación y eso era lo que siempre quise hacer. Esto pareciera que es un ejercicio personal de decir ‘Hacé otra cosa, tirate a la pileta, hacé reír, reíte. No quieras hacer una obra buena para que los directores digan vamos a darle el María Guerrero’. Esta obra es ‘Dale, Juan, divertite’.

Su papá, Gustavo Luppi (muy parecido al Federico de hace unas décadas), junto a Mauricio Dayub, coprotagonistas de «El amateur». Mauricion Dayub y Gustavo Luppi Foto Juano Tesone – FTP CLARIN JUA08705.JPG Z JTesone

El Tinglado donde se presenta los jueves a las 20.30- tiene capacidad para 140 personas y la noche que fue Clarín había muy pocas butacas vacías. Y sonaban carcajadas en el ambiente.

Luppi sueña con hacer temporada con esta pieza, mientras espera los estrenos de la película Homo Argentum, lo nuevo de la dupla Cohn & Duprat con Guillermo Francella de protagonista (llega a los cines el jueves 14), y El tiempo de las moscas, una serie para Netflix basada en el libro homónimo de Claudia Piñeiro en la que hará de yerno de Carla Peterson.

Y a la espera, también, de la llegada de una nueva Luppi con la que estrenará el rol de padre para siempre.

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